Amaneceres

Monterrey está rodeada por montañas. Tenemos la Sierra Madre Oriental, el cerro del Topo Chico, la Huasteca, el Cerro de las Mitras, el cerro del Obispado, la Loma Larga y, por supuesto, el Cerro de la Silla. Estas montañas nos otorgan paisajes sin iguales, nos sirven como puntos para orientarnos entre la ciudad y nos ayudan a aminorar la fuerza de vientos, tormentas y huracanes que en varias ocasiones han hecho muchos estragos en la ciudad. 

Como barreras naturales, estas montañas también nos “bloquean” el horizonte y por ello generalmente no logramos ver amaneceres. Cuando comenzamos a ver salir el sol detrás del Cerro de la Silla, en realidad ya tenía tiempo de haber amanecido, solo que el Cerro de la Silla nos tapó la visión del amanecer. 

Si nos trasladamos del centro de Monterrey hacia el noreste, rumbo al Aeropuerto Internacional, las montañas quedan detrás y solo hay una que otra colina, lo que nos permite ver el horizonte mucho más amplio. En ese lado de la ciudad, no hay montañas que bloqueen el horizonte al amanecer. 

¿A qué voy con todo esto? No tengo mucha idea, pero vengo a platicarles de mi experiencia viendo estos (y otros) amaneceres. Como cocinero en la SMP, me toca andar de un lado a otro entre nuestros capítulos y eventos fuera de estos capítulos. En un mes tomo alrededor de 15-20 aviones para ir y venir a Ciudad de México, Guadalajara, Tijuana, Querétaro y Mérida como visitante regular, pero en los últimos meses también me ha tocado visitar Valle de Guadalupe, Houston, Memphis, León, entre otros. En el momento que estoy escribiendo esto, me encuentro en el aeropuerto de Monterrey, ya con cinco horas de retraso de un vuelo hacia Ciudad de México para apoyar en tres eventos, después pasarme a Guadalajara y terminar el sábado en la noche en Queretaro.  

En esta ocasión no vengo a hablar del desgaste y cansancio que generan estos viajes y los traslados, eso será en otra ocasión. Pero les puedo adelantar que si bien el cansancio es importante, al final del día queda de lado y, hasta hoy, estoy convencido de que vale la pena. 

La mayoría de las veces tomo vuelos o muy temprano de Monterrey hacia donde me toca viajar o muy tarde, justo terminando un evento de donde me encuentro hacia Monterrey, cuando las frecuencias de vuelo lo permiten. Regularmente salgo de mi casa alrededor de las cuatro de la mañana y los fines de semana he llegado a una hora tan temprana que pareciera que dormí ahí y me levanté a preparar el desayuno. 

Esto lo hago principalmente para pasar la mayor parte del tiempo en Monterrey, mantener una vida social medio normal, procurar a mi familia y continuar con mis proyectos personales y profesionales. 

En uno de mis últimos viajes a Guadalajara, un sábado iba manejando rumbo al aeropuerto alrededor de las 5:30 de la mañana, habiendo llegado el jueves de CDMX para apoyar en un evento el viernes en Monterrey. El cielo estaba despejado y justo tomando la autopista hacia el aeropuerto, me tocó ver uno de los amaneceres que pocas veces nos toca apreciar en Monterrey (por el ya comentado “problema” de las montañas). 

Daba la causalidad que Alejandro, mi hermano, también estaba por tomar un vuelo y ya estaba en el aeropuerto. Algo tienen los amaneceres que en ocasiones te ponen la piel de gallina, vuelven el momento muy poético y te da por buscarle el sentido a lo que haces. Le escribí a Alejandro, palabras más, palabras menos, que cuándo nos imaginamos que íbamos a estar tomando aviones y viajando todas las semanas a diferentes lugares a hacer lo que siempre hicimos por gusto, que gente se tomara el tiempo de acompañarnos y nos permitieran transmitirles el conocimiento que nos han dado los años haciendo y deshaciendo en la parrilla, además de probar nuestra comida. Que si bien los viajes son una chinga, lo justo y lo sensato es aprovechar todo lo que se pueda, porque no todos tenemos la fortuna de trabajar haciendo lo que nos gusta y ahí fue cuando me despabile, me sacudí la cabeza (y el alma) y tomé un segundo aire para seguir “en chinga”, predicando lo que llamo “la buena nueva de la carne asada”, porque la carne asada no es la carne asada, es aquello que nos une y nos reúne. 

¿Han visto el Iztaccihuatl y el Popocatépetl, la Mujer Dormida y, su amado, el Popo, recostados sobre una manta de algodón con el sol saliente calentándolos por detrás? Yo solo lo he visto una vez, y fue una de esas pequeñas cosas que, si les pongo atención por un breve instante, me hacen apreciar lo que hago y me invitan a seguir. 

Busquemos más amaneceres que nos empujen a descubrir nuestra mejor versión.

Para iniciar bien el día y poder apreciar mejor los amaneceres, los dejo con una sencilla pero deliciosa receta de un licuado de plátano. Que lo disfruten.

Ingredientes

  • 400 ml de leche fría 
  • 6 g de Rub del Postre SMP
  • 3 g de Rub de la Costa SMP
  • 10 g de nuez
  • 1 plátano maduro

Procedimiento

  1. Colocar en un vaso de licuadora el plátano, las nueces, Rub del Postre SMP y la leche fría.
  2. Licuar muy bien hasta que todo esté incorporado.
  3. Vaciar el licuado en un vaso y espolvorear un poco de Rub de la Costa SMP.

*Opcional: Acompañar con una rebanada de pan tostado de su gusto con mermelada y mantequilla. Puede añadir un mazapán en la licuadora junto con el resto de los ingredientes.

Arturo W. Gutierrez
Maestro Parrillero SMP 

1 comentario

Muchas gracias por compartir, un buen mensaje que nos motiva a seguir!

Gabriel Rosas 11 noviembre, 2022

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