En honor a mis ancestras
Es increíble cómo un simple olor puede transportarte al lugar más recóndito de tu memoria; cómo con un aroma o un sabor puedes volver a ser niña y estar sentada en el lugar más formidable para ti a esa edad. En mi caso, la cocina de mi abuela fue mi refugio y lugar seguro porque además de que siempre olía delicioso, podía comer cuanto me venía en gana y esconderme después de hacer alguna travesura o de recibir un regaño.
Crecí en medio de grandes, trabajadoras y poderosas mujeres, por el lado de mi mamá están las que me vieron y arroparon desde que nací y con las que viví la mayor parte de mi vida. Por parte de mi papá están las que frecuentaba en las vacaciones familiares, las que me consentían y mimaban con mi comida favorita cada que me veían y con las que a la fecha frecuento por teléfono. A veces el tiempo, la distancia o la vida misma no son suficientes para estar presente como antes lo hacía.
Puedo decir sin temor a equivocarme que me crié entre cocinas y, aún así, me negaba a cocinar hasta hace seis años atrás, o sea, antes de mi llegada a Monterrey porque, por si no saben, soy foránea. Nací en el noroeste del país, en la ciudad de los vientos con olor a caña, la ciudad donde las palmas tocan el cielo, o como de cariño le digo, La Mochila: Los Mochis, Sinaloa. Pero mi infancia la viví en un pueblo pequeño también en Sinaloa, donde las mujeres que lo habitan son parte muy importante de sus hogares.
Siempre me ha llamado mucho la atención la manera de convivir entre ellas, ya que, a la hora de la comida, aproximadamente 1:00 p.m., unas empezaban a desfilar por las pequeñas calles y otras con platos en las manos cubiertos con servilletas o platos de diferentes colores para compartir un poco de lo que habían preparado para comer cada día. En casa de mi bisabuela, mejor conocida como mi Nana Ramona (Q.E.P.D.), quien fue mi cómplice, mi confidente, mi maestra, mi defensora, mi todo, llevaban no solo comida; en ocasiones, desde las 6:00 a.m, llevaban tortillas recién hechas, bolsas con tomates, lechuga, hortalizas y muchas cosas más que le mandaban sus amigas, algunas vecinas o mis tías.
Algunas veces me tocaba a mi llevar comida a alguna vecina y yo encantada porque al llegar a casa de alguna de ellas, nunca faltaba qué me pudieran ofrecer; desde una tortilla recién salida del comal con sal, hecha burrito (o rollito, no sé cómo le llamen acá), hasta guayabas o un mango o melón, pero nunca regresaba con las manos o el estómago vacío. No les miento, me daba un miedo caerme mientras caminaba por la calle, allí aprendí de equilibrio y malabares. Imaginen a una niña larguirucha, pálida como la harina, flaquititita y con el cabello largo suelto (o a veces con dos trencitas), caminando y cargando un plato o una pequeña olla por una calle sin pavimento, con harta tierra y piedras con figuras desiguales.
Mi miedo no era solo por la regañada que me iba a tocar si algo se me caía, también era el miedo por tirar tan deliciosa preparación hecha con tanto amor, que ha sido el ingrediente principal de todas las preparaciones en el recetario familiar, es por eso que desperdiciar comida nunca ha sido (y nunca será) algo negociable, cómo debe ser.
Por ser pueblo y, algunas veces por la sequía o las heladas, el tomate siempre era tema de interés y algo que se preservaba como una preciada joya. Por las tardes se juntaban en casa de mi Nana Fala (con la que hace poco hablé por teléfono largo y tendido), mi mamá, mi Nana Ramona (Q.E.P.D) y algunas tías a partir cantidades de tomate para conservar por largas temporadas. Recuerdo que se sentaban bajo los árboles de mango que había cerca de su portal a cortar y cortar tomates; cada una tenía una tarea en específico; claro está que la mía era solo ver y comer tomates con sal. Los lavaban, los cortaban y les ponían suficiente sal y los colocaban sobre una tarima para que pudieran secarse por completo al raso sol de verano; otras veces hacían mermelada de tomate, coricos o pan de mujer. Toda esta tarea la aderezaban con largas conversaciones de las cuales la mayor parte eran sobre comida o preparaciones.
Creo que la comida (y en general la cocina) ha sido un refugio seguro para muchas mujeres; ha sido un espacio abierto de diálogo, de amor, de escucha, aprendizaje, apoyo emocional y sororidad. El café recién tostado y las tortillas de harina recién hechas nunca podían faltar y allí es donde mi mamá si se la rifaba machín, porque no es por presumirles, pero ella prepara las mejores tortillas de harina del universo y no solo lo digo yo, también compañeras y compañeros de la SMP, porque cada que voy a visitarla, me regresa con los kilos suficientes para sobrevivir y compartirles.
En verano nos reuníamos en Durango o en Ciudad Obregón con las hermanas de mi papá que siempre me han mostrado a mi abuela Eloísa (Q.E.P.D.) como parte importante de la tradición culinaria familiar; la situación con ellas era muy similar, desde que llegábamos se encendía el asador a todo lo que daba para empezar a preparar lo que fuese necesario para darle de comer a todxs lxs que íbamos llegando.
Algo que respeto mucho y valoro es cómo muchas cosas, se hacen desde cero. Un ejemplo de ello es cuando los fines de semana nos despertaban temprano para ir a buscar membrillos para preparar ate, nos sentaban a limpiarlos, lavarlos y partirlos, lo divertido era cuando nos turnábamos a mover el cazo y pobre del que se le pegara porque arruinaría el trabajo de todxs lxs involucradxs, y como somos de buen carácter, siempre había motivo para valorar la vida.
En mi primera semana en la SMP, por allá de octubre de 2019, me senté en el comedor y sentí la piel de gallina cuando llegó a mi el olor a tortilla calentándose a fuego directo. Supe en ese momento que era y sería un lugar seguro para mi; casi con lágrimas en los ojos le dije a Alejandro que ese olor me había llevado a la cocina de mi nana cuando tenía 6 años, de alguna manera me sentí de esa edad y tan cerca de ella.
Desde allí supe que la cocina y cocinar serían parte importante en mi vida. El cómo de recuerdos y reuniones con amigos podían surgir tantas cosas, como la inspiración que se usó para elaborar el recetario Vol. 6 El Fuego Nos Une, México A Través del Fuego, que de alguna manera se trató de transmitir todo ese sentimiento que engloba la nostalgia y la casa cálida de nuestras abuelas. Al final la carne asada va más allá de cualquier frontera.
Después de todo eso y todo lo vivido en Monterrey, amo cocinar (ya cocino), amo recordar y sentir que eso que aprendí, que eso que me da seguridad, eso que me motiva, eso que me empuja a compartir con todo el amor con el que lo preparo, le muestra no solo a mis amigos y amigas foráneas el calor de hogar o la nostalgia que siento al preparar algo de casa. Esa fuerza y ese acompañamiento, el hacerles y hacerme saber que: ¡NO ESTÁS SOLA!, ¡NO ESTOY SOLA! Me ha empujado a seguir preparando cosas nuevas, aunque no soy chef, a buscar nuevos sabores, a pensar cómo lo prepararía mi abuela Oreo (Q.E.P.D.) si aún estuviera y si me regañaría por pasarme de sal; en si mi nana Ramona (Q.E.P.D.) estuviera, ¿qué me diría? O si mi abuela Eloísa (Q.E.P.D.) estaría orgullosa de mí por no dejar morir la tradición y no solo de llevar su nombre… Y mi mamá que se sorprende cuando le preparo de comer a pesar de que creía que al hacerlo yo, se convertía en un deporte extremo.
Descubrí que no cocinaba porque no supiera, sino porque me daba miedo que al probarlo alguien pudiese morir o sentirse mal, o lo que fuese que implicara una visita de urgencias al hospital. Quizá no me había dado tiempo de intentarlo, de explorar, de hacerle honor a mis abuelas y a mis tías, de hacer trascender de entre mis manos lo que les aprendí. Darme el tiempo para crear y compartir y ser valiente. A no dejar atrás mis creencias, mis raíces, a sentirme orgullosa de lo que soy y a donde he llegado y por todo lo que he luchado y he aprendido, por todas las mujeres que han estado en mi camino, por las señoras que me han ayudado en el camión, por las que me sonríen en la calle, por las niñas que veo jugar en el parque, por mis primas, por mis tías, por mis sobrinas y mis amigas, por mis compañeras de trabajo que son las más chilas del condado, por mis vecinas, por mis hermanas de lucha que amo con todo mi ser, por las desaparecidas, por las que ya no están…
El miedo es un ladrón de sueños, mi mamá me dice que cuando tenga miedo haga las cosas con miedo, pero que las haga. Y fue entonces que mi miedo se volvió fuego y aquí estoy, EL FUEGO NOS UNE…
Con todo el amor y sororidad, hasta que mi alma resista…
Ely Rueda.
Quizá esperarían un aguachile o algo de mariscos para preparar, pero les comparto la comida favorita de mis nanas y lo que más preparo cuando siento nostalgia por mi tierra.
Barbacoa (rápida) estilo Sinaloa
- 1 kg de carne de cerdo (puede ser res o ambas)
- 3 tomates guaje
- 1 cebolla morada
- 2 dientes de ajo
- 2 chiles poblano
- 3-4 chiles guajillo
- 2 chiles anchos
- c/n de aceitunas (de preferencia sin hueso)
- 1 kg de papa pequeña
- c/n de Sal Ahumada Original SMP
- c/n de Hierbas Aromáticas SMP
- 1 cda de manteca de cerdo
- 5 hojas de laurel
- c/n de pimienta bola
- c/n de mezcla de Rubs (Rub Rojo SMP, Rub de la Costa SMP, Rub del Pacífico SMP, BBQ Rub Memphis, Ultimate White Rub, Ultimate Black Rub)
- 2 cucharadas de vinagre blanco o de manzana
- c/n de aluminio
- Mucho amor sinaloense
Procedimiento:
Para el marinado:
- Calentar previamente el agua, quitar la semillas y rabos de los chiles secos y colocarlos dentro del agua para ablandarlos. Dejarlos reposar unos minutos.
- Colocar en un recipiente para licuar un tomate guaje partido a la mitad, la mezcla de Rubs SMP, pimienta bola al gusto, sal, dos dientes de ajo, los chiles previamente remojados, un poco de agua de estos para mezclar, el vinagre y Hierbas Aromáticas SMP. Licuar hasta formar una pasta semi espesa. Reposar.
- Partir la carne en trozos pequeños y reservar.
- Cortar la cebolla en julianas delgadas y el chile poblano en tiras, reservar.
- Cortar las papas a la mitad o pueden dejarse enteras (esto va a depender del tamaño de las papas), reservar.
- Ya que todos los ingredientes estén listos, colocar en una cacerola honda a fuego bajo la cucharada de manteca de cerdo. Esparcirla muy bien, inmediatamente después colocar la carne en cubitos y colocar en forma de capas todos los ingredientes (no importa el orden) e ir incorporando la mezcla de chile y especias.
- Mezclar todo muy bien, agregar las papas y aceitunas al final, cubrir con aluminio la olla y después la tapa. Dejar hervir hasta que las papas estén blandas.
- Se acompaña con frijoles puercos y sopita de codito con mayonesa y tortillas de harina o maíz.